Colección: Pulpo

En un amanecer de mar en calma en Puerto Morelos, el pintor bajó al arrecife con una cafetera italiana atada al cinturón —como si llevara un exvoto— y puso un banquito sobre la arena para invitar a quien quisiera conversar; de entre los corales salió el Pulpo Rojo, viejo cantinero del Caribe, y aceptó una taza “para bebernos el tiempo”, que diría Sabines. Mientras sorbían, el pulpo contó historias que suenan a Rulfo —murmuros de barcos hundidos y pueblos de agua— y movió los brazos en espirales que recuerdan el círculo de “Piedra de sol” de Octavio Paz. De regreso a la orilla, el artista pintó la escena como retablo: trazo negro con filo de Posada, colores encendidos de alebrije a la Pedro Linares, y algas que bailan como papel picado sobre un turquesa de talavera. Así nació este cuadro: un milagro pequeño del Caribe mexicano donde un buzo y un pulpo hacen sobremesa bajo el agua, brindando por la chispa que enciende las buenas historias.